El sábado, víspera de la carrera, cuando llegamos a San Sebastián a eso de las 20,00 horas, el tiempo hacía presagiar que al día siguiente estaría parecido y que la carrera sería muy dura. Lo que no imaginaba yo es que fuera tan dura (a pesar de que fui como espectador). Artemio, al igual que en la edición anterior, me invitó para que lo acompañara. A las 7 de la mañana del domingo me asomé al balcón de la habitación, desde donde se divisaba en primer plano toda la bahía, y la estampa no podía ser más impresionante. La playa estaba literalmente desaparecida, pues las olas de un mar embravecido llegaban hasta la barandilla de La Concha. Artemio salió del hotel para encontrarse con sus compañeros y realizar juntos el viaje que los llevaría a Behobia. Yo, algo más tarde, a eso de las 10, salí hacia El Kursaal, que era la zona por donde quería verlo llegar. Estando allí, aterido de frío, totalmente empapado de agua de medio cuerpo para abajo y luchando para que el viento huracanado no me hiciera perder el equilibrio, empezaron a llegar los elegidos, de uno en uno. Primero, el salmantino Rafa Iglesias, que en esta ocasión destronó al madrileño Chema Martínez, y ya a intervalos, otros corredores. En seguida pude ver muy bien, aunque iba rodeada, a María José Pueyo, que fue la vencedora en mujeres. Me alegró verla por aquello de la cercanía de residencia. El tiempo iba tan a peor, que decidí irme hacia la meta que estaba relativamente cerca y al poco tomé contacto con Artemio, que estaba ya en el hotel dándose una merecida ducha. Una vez reunido todo el grupo, hubo unanimidad en que dada la climatología, la carrera había resultado durísima. Artemio estaba muy satisfecho del tiempo logrado y de como había llegado, a pesar de la caída que sufrió en unas vías, a su paso por Pasajes.